35-EL POZO DE LA NIEVE DE GUADALUPE

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Disponer de hielo todo el año era uno de los grandes retos de nuestros antepasados. La singular construcción del pozo de la Nieve nos muestra, no solo el esfuerzo de ingeniería que hubieron de realizar los jerónimos para poder tener hielo en sus hospitales, sino el eficaz sistema logístico que organizaron para hacerlo posible. Solo ello permitió hacer frente al inverosímil reto -visto desde nuestra perspectiva actual- de disponer de hielo durante los veranos extremeños de hace siglos. El pozo de la Nieve se conserva aún hoy en las cercanías de Guadalupe, en la pista de acceso al Risco de La Villuerca, evocando aquella época en la que disponer de algo tan normal para nosotros como el hielo, era un auténtico lujo.

Los llamados pozos de la nieve ya se construían en la época romana. Consistían básicamente en espaciosos pozos secos que hacían las veces de cámara aislante, para almacenar nieve o hielo durante el invierno y disponer de ellos en el verano. El pozo de la Nieve de Guadalupe fue construido por los monjes jerónimos hacia el siglo XVII para abastecer de hielo al Real Monasterio y a los hospitales que dependían de él. Especialmente importante era su utilización en las investigaciones médicas de la escuela de medicina del monasterio. El hielo era entonces el único método para conservar frescos determinados tipos de alimentos y algunas medicinas.

Situado a una altitud por encima de los 1.300 metros, se garantizaba que el almacén del valioso hielo permaneciese al resguardo de las más altas temperaturas que se alcanzaban durante los meses cálidos en las tierras más bajas. Concretamente, el pozo de la Nieve se localiza en un lugar de confluencia de los términos de Guadalupe, Cañamero y Navezuelas y muy cerca de la linde con los de Alía y Villar del Pedroso, lo que lo convierte en un lugar con mucho significado para los vecinos de esta zona.

El pozo de la Nieve consta de una bóveda que cubre la oquedad en sí y la aísla de las temperaturas exteriores. Lo que es el pozo propiamente dicho, tiene unos ocho metros de profundidad y una anchura de unos seis metros, mientras las paredes laterales están forradas con piedra. En los alrededores aún se conservan restos de las casas y construcciones destinadas a los trabajos relacionados con el almacenaje y transporte de hielo. Es de suponer que este fascinante oficio requería la dedicación exclusiva de varias personas durante todo el año.

El proceso era meticuloso y metódico: la nieve era traída desde las cumbres cercanas, como el Risco de La Villuerca, en los inviernos más crudos. Aunque en los inviernos más benignos y durante los meses primaverales, se acarreaba desde las serranías de Gredos, a más de cien kilómetros. La ruta tenía tintes de odisea, pues las alforjas cargadas de nieve eran transportadas a lomos de bestias durante dos noches, permaneciendo durante el día ocultos del sol en grutas o bodegas. Una vez en el pozo, la nieve se depositaba en él, cuyas paredes habían sido previamente forradas con paja que servía de aislante. Cada carga de nieve era sucesivamente apisonada por los trabajadores, con lo que conseguían ahorrar espacio y que se fuese convirtiendo en hielo. Cuando el pozo estaba lleno, se cubría con capas de paja para mantener el aislamiento térmico. Durante los meses cálidos, el hielo era extraído y trasportado, poco a poco, hasta las dependencias de los frailes, en la cercana Puebla de Guadalupe.

A la grandiosidad de esta obra, con una fascinante historia a sus espaldas, hay que añadir la belleza del paisaje en el que se sitúa. Se trata de una loma entre los valles del río Viejas y del río Guadalupe, a la vera del Risco de La Villuerca. Hacia el norte se contempla todo el valle del Ibor, mientras que hacia el sur se extienden los montes de La Siberia.