37-LOS MOLINOS, ACEÑAS, MARTINETES Y BATANES DEL GUADALUPEJO

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El río Guadalupejo contó a lo largo de su cauce con un buen número de ingenios hidráulicos, la mayoría directamente vinculados a la historia del Real Monasterio y de La Puebla de Guadalupe. Estas infraestructuras nos revelan la importancia que tuvieron los cursos de agua para las industrias medievales y la extraordinaria capacidad de los monjes jerónimos para sacar partido de ellos.

Cerca de Guadalupe discurre el río Guadalupejo, declarado corredor ecológico y de biodiversidad por sus valores naturales, entre ellos uno de los mejores bosques galería de Extremadura. Este río atesora un patrimonio cultural bastante singular. Se trata de los distintos proyectos hidráulicos que se abordaron entre los siglos XIV y XV, en su mayor parte relacionados con la prosperidad de la comunidad jerónima del cercano Real Monasterio de Santa María de Guadalupe. A lo largo del curso de este río se suceden pequeños azudes, batanes, molinos, aceñas y martinetes que han dado lugar a la Ruta de los Molinos.

Una de estas manifestaciones de ingeniería medieval más reseñables es el llamado molino del Batán, también llamado Batán de Arriba, lo que hace suponer que existió otro batán, hoy desaparecido, aguas abajo. Los batanes eran utilizados para dos tareas. Por un lado, para quitar las irregularidades y la grasa a la lana y, por otro, para compactar los tejidos mullidos y convertirlos en otros más prietos. En este caso su cometido era el de procesar los tejidos con los que se elaboraban los hábitos de la orden monástica y los paños que se confeccionaban en el Real Monasterio. Existen antiguas referencias que mencionan estos batanes y la fabricación de paños pardos por parte de los jerónimos.

El pozo de la Nieve consta de una bóveda que cubre la oquedad en sí y la aísla de las temperaturas exteriores. Lo que es el pozo propiamente dicho, tiene unos ocho metros de profundidad y una anchura de unos seis metros, mientras las paredes laterales están forradas con piedra. En los alrededores aún se conservan restos de las casas y construcciones destinadas a los trabajos relacionados con el almacenaje y transporte de hielo. Es de suponer que este fascinante oficio requería la dedicación exclusiva de varias personas durante todo el año.

El proceso era meticuloso y metódico: la nieve era traída desde las cumbres cercanas, como el Risco de La Villuerca, en los inviernos más crudos. Aunque en los inviernos más benignos y durante los meses primaverales, se acarreaba desde las serranías de Gredos, a más de cien kilómetros. La ruta tenía tintes de odisea, pues las alforjas cargadas de nieve eran transportadas a lomos de bestias durante dos noches, permaneciendo durante el día ocultos del sol en grutas o bodegas. Una vez en el pozo, la nieve se depositaba en él, cuyas paredes habían sido previamente forradas con paja que servía de aislante. Cada carga de nieve era sucesivamente apisonada por los trabajadores, con lo que conseguían ahorrar espacio y que se fuese convirtiendo en hielo. Cuando el pozo estaba lleno, se cubría con capas de paja para mantener el aislamiento térmico. Durante los meses cálidos, el hielo era extraído y trasportado, poco a poco, hasta las dependencias de los frailes, en la cercana Puebla de Guadalupe.

A la grandiosidad de esta obra, con una fascinante historia a sus espaldas, hay que añadir la belleza del paisaje en el que se sitúa. Se trata de una loma entre los valles del río Viejas y del río Guadalupe, a la vera del Risco de La Villuerca. Hacia el norte se contempla todo el valle del Ibor, mientras que hacia el sur se extienden los montes de La Siberia.